Amores brutales
Foto: IA
Jorge Esteban Lasso
Universidad del Quindío
Aún recuerdo a Gaby, qué niña tan pícara. Siempre me miraba con esos ojitos maliciosos y me susurraba al oído que nos fuéramos para un rincón donde nadie nos viera. Allí nos toquetéabamos, suavecito, todo por encima de la ropa, porque nunca me dejó hacer nada más.
-No, mi Mono, ¿qué tal que yo quede en embarazo? -me decía.
-Mi amor, si usted llega a quedar embarazada, tiene que relajarse porque a ese niño no le va a faltar nada… Además, ni siquiera piense en eso, porque definitivamente no va a pasar.
-No, mijito. Espere a que cumpla los 18 y ya miramos.
Nunca pasó algo más que besos y caricias entre ella y yo.
Semanas después llegó un nuevo profesor de inglés y, desde eso, Gaby comenzó a evitarme y a coquetear con el malnacido profesor. El muy hijo de puta le seguía el juego, y yo por dentro ardía de celos, hasta que un día confronté a Gaby escribiéndole por Whatsapp.
-¿Qué putas hace usted con ese man?
-¿Con quién? ¿Con mi teacher?
-Usted sí es muy zorra.
-Más zorra será su madre. (escribiendo…) Además, ya me lo comí y está más rico que usted.
-Perra hijueputa
-... (Visto)
Le seguí escribiendo un tiempo, diciéndole que era una puta y una fácil y que lo iba a matar a él primero y, después de verla sufrir, la iba a matar a ella. Por lo visto el Teacher se enteró y comenzó a montármela en las clases. Se volvió más exigente, me hacía más preguntas, me hacía quedar en ridículo frente a todos. Era tanta la ira que estaba acumulando que necesitaba una forma de desahogarme lo más pronto posible. Para ello, tuve que hablar con el Negro y con Daniel.
Elaboramos el plan de la siguiente manera: esperamos hasta que sonara el timbre de la salida y, mientras el Negro distraía al profe haciéndole preguntas, Daniel apuraba a todos a que salieran rápido. Después, los dos salieron detrás y cerraron la puerta desde afuera con candado, mientras vigilaban que nadie pasara.
-Bueno, profe, con que comiéndose a Gaby -le dije, y apenas le enseñé la conversación se puso pálido y asustado.
-Usted no le ha mostrado eso a nadie, ¿cierto? -decía con voz temblorosa.
- Y tampoco le voy a decir nada a nadie -le dije, mientras me quitaba el chaleco, la corbata y la camisa del uniforme- si acepta mi propuesta.
-¿Quiere plata? -dijo, mientras sacaba de la billetera tres billetes de cincuenta mil.
-No, yo no quiero plata. Lo que quiero es un round de tres minutos. Si yo gano, usted se queda callado, y si usted gana, yo me quedo callado.
El hombre doblaba mi estatura y, probablemente, también mi edad. Me llevaba, fácilmente, 25 kilos de ventaja.
- Listo pues -me dijo, mientras se quitaba la camiseta.
Puse el temporizador y, apenas comenzar, me lanzó dos puños perezosos que me hicieron saber que aquel pobre tipo no había peleado en su vida. Lo dejé lanzarme varios golpes y, cuando fué mi turno, le pegué un superman-punch que le reventó la nariz, y un puño de antebrazo con la mano derecha que lo hizo caerse al suelo en medio de los pupitres. Intentaba levantarse, pero se caía de nuevo y quedaba extendido; así que le agarré los cabellos y le pegué un puño en la quijada que lo dejó dormido.
Le saqué los tres billetes de cincuenta de la billetera, junto con otros cuatro que tenía ahí. Pero fuí considerado y le dejé un billete de cinco lucas para el pasaje.
Toqué la puerta para que entraran el Negro y Daniel. Ellos se encargaron de despertar al profe, darle agua y secarle la sangre con un pañuelo. Me vestí, me acerqué a él, le dí un apretón de manos sin mirarlo a los ojos y me fui con mis amigos detrás mío.
Al pasar 15 días, el teacher fue remitido a otro colegio.