De las cortes a las urnas
Foto: Chip Somodevilla (Getty Images)
Ana Sofía Rivera
Universidad de los Andes
Quedaban menos de diez minutos para las seis de la mañana del miércoles 6 de noviembre cuando, a pesar del escepticismo de Allan Lichtman —quien había acertado con precisión los resultados de las elecciones desde 1984—, el republicano Donald Trump se consagró como el presidente electo número 47 de Estados Unidos. El candidato alcanzó los 270 votos electorales gracias a Estados péndulo como Arizona, Nevada, Georgia, Michigan, Carolina del Norte, Pensilvania y Wisconsin.
Sin embargo, las llaves de la Casa Blanca no fueron lo único que el Partido Republicano consiguió en estas elecciones. En la carrera por el Senado se hizo con curules clave como Ohio, Virginia Occidental y Nebraska, relevando al Partido Demócrata de la mayoría en la Cámara Alta. Si a esto le sumamos los seis jueces conservadores en las filas de la Corte Suprema —tres de ellos propuestos durante su primer mandato—, es claro que Trump hace su regreso a la Oficina Oval con niveles de poder mayores a los de su primera administración.
Ahora bien, la verdadera pregunta es: ¿cómo logró Trump ganarle a quien parecía ser la favorita de los titulares?
Todo indicaba que Kamala Harris se convertiría en la primera mujer presidenta de los Estados Unidos, aun cuando las encuestas mostraban un panorama ajustado: según el agregador Five Thirty Eight, la candidata demócrata llevaba la ventaja en el voto popular con un 48% frente al 46.9% de Donald Trump, una diferencia de tan solo 1.1 puntos porcentuales.
Sin embargo, siendo el Colegio Electoral y no el voto popular (el cual Trump eventualmente terminó obteniendo) quien determina al ganador a través de un sistema de compromisarios, son los llamados Estados clave los que realmente determinan las cosas. Harris solo superó a Trump en Wisconsin (10 compromisarios) y Michigan (15 compromisarios) por márgenes mínimos del 48.3% contra 47.3% y 48% contra 47%, respectivamente. Incluso, cuando meses atrás tenía la ventaja en Pensilvania, el Estado con más compromisarios (19), o Nevada (6 compromisarios), los días antes de las elecciones básicamente se encontraban empatados en ambos.
¿Cómo es que, incluso en medio del escándalo de una condena, Trump consiguió expandir su base mientras la vicepresidenta parecía perder votantes? Son muchos los factores que explican el regreso de Trump a la Oficina Oval, pero me voy a centrar en dos.
Con la retirada de Joe Biden en julio, el Partido Demócrata tuvo que improvisar una candidatura de emergencia con Kamala en apenas cuatro meses. Si bien lograron una consolidación admirablemente rápida en torno a su nueva candidata, eso no niega el hecho de que aún tenía que ser presentada a los estadounidenses. Incluso hasta su mismo equipo —conformado por personal heredado de Biden, expertos de Obama y sus propios asesores— llegó a admitir públicamente que el país "realmente no conocía a la vicepresidenta". En mi opinión, tensiones internas sobre asuntos como la selección del candidato a vicepresidente y los desacuerdos sobre la estrategia de campaña dan cuenta de cómo el tiempo les jugó en contra.
Foto: Chip Somodevilla (Getty Images)
Por su parte, Donald Trump lleva años construyendo una base electoral e incluso estos últimos meses lo hemos visto capitalizar el descontento de los votantes desilusionados para expandir la misma. En este contexto, la inversión de quince millones de dólares por parte de la Coalición Judía Republicana para captar el voto judío, en medio de las preocupaciones sobre el apoyo de la administración a Israel y la acogida de la izquierda a las protestas propalestinas en los campus universitarios, vale la pena no pasarla por alto.
Es importante reconocer que durante la presidencia de Biden se registraron ciertos logros económicos: el Producto Interno Bruto creció a una tasa anual del 3.2% y el desempleo cayó del 6.7% al 4.1%. No obstante, la inflación alcanzó niveles sin precedentes, con un 9.1% en junio de 2022, el punto más alto en cuatro décadas, y aunque disminuyó al 2.4% en 2024, el impacto persistía en los hogares.
Es aquí cuando Trump aprovecha para hacer eco en la clase trabajadora y en los votantes preocupados por la economía, incorporando la inmigración como una pieza central de su narrativa y adoptando la estrategia de conectar las inquietudes sobre esta con sus efectos en el empleo, mensaje que encontró particular acogida en Estados como Arizona y Texas, donde la crisis migratoria es una realidad cotidiana. No cabe duda de que, al presentar el control migratorio como una solución directa a las preocupaciones de la clase trabajadora, causó el efecto esperado en Estados industriales como Michigan y Pensilvania, donde el temor a la pérdida de empleos se mezcla con la ansiedad por el debilitamiento en las fronteras.
Por su parte, Harris, heredera de una administración sometida a crecientes cuestionamientos sobre su gestión económica y migratoria, se enfrentó a las limitaciones de tiempo para establecer su propia narrativa, lo cual la llevó a optar por priorizar temas sociales como el derecho al aborto y los derechos de las mujeres, estrategia que, aunque efectiva con ciertos sectores demócratas, no logró conectar con las preocupaciones del votante promedio.
Al final del día, pienso que la remontada política de Trump va más allá de una campaña hábilmente ejecutada y refleja algo mucho más profundo que una estrategia electoral que supo convertir sus debilidades en fortalezas. No solo transformó sus controversias legales en una narrativa de persecución que simpatizo con una parte del electorado, sino que, a su vez, pudo entrelazar el descontento económico con la crisis migratoria, logrando conectar con millones de ciudadanos.
El triunfo republicano, más que un respaldo incondicional a Trump o un rechazo contundente a Harris, parece ser la confirmación de que, cuando la economía está en jaque, los estadounidenses van a privilegiar sus preocupaciones inmediatas sobre cualquier otra. 2024, más allá de ser el resurgimiento político del expresidente, ha sido un momento que redefinió las prioridades del electorado, que claramente busca líderes que, más allá de sus controversias personales, lo haga sentir que es escuchado y entendido.