De verdaderos animales salvajes
Juan Martín Cardona
Universidad Javeriana de Cali
En una época de creciente conciencia sobre el entorno no puedo entender, tristemente, que se pierda la línea guía (o que la misma sociedad la borre) que marca la diferencia entre una correcta adquisición y un buen sostenimiento de las especies de fauna silvestre y las domésticas. ¡Después de tanto esfuerzo no podemos recaer en las paupérrimas y nauseabundas prácticas del pasado!
Con toda razón es motivo de la peor pena, no solo judicial, sino también social, que alguien encuentre a un niño en la calle, se lo lleve a su casa y lo someta a circunstancias completamente ajenas a su vida, puesto que, desde cualquier perspectiva, eso sería secuestro.
Sin embargo, últimamente, y con mayor frecuencia, veo que se considera motivo de orgullo y ternura para los influenciadores y personas en general el publicar en redes sociales la adquisición de animales de la fauna silvestre, que están por fuera de su hábitat. Forzar a un ser vivo a abandonar todos sus instintos y comportamientos naturales, meterlo en una casa, ponerle pañales o guantecitos, darle fresas con crema y, de esta manera, impedirle reincorporarse a su mundo, entre los suyos, es algo que no se puede seguir promoviendo.
Y es que en 2024 3.267 individuos entre reptiles, aves y mamíferos han sido incautados por la Policía en las redes de tráfico de fauna, según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible. Aunque en este año se han incautado 560 más que el año pasado, las cifras siguen demostrando la doble moral de nuestra sociedad, la hipocresía con la que apoyamos a unos y terminamos de hundir a otros, aquellos que ni siquiera pueden hablar, aquellos que, se supone, tienen la misma porción del planeta que nosotros.
Cabe recalcar que el tráfico de fauna silvestre es el cuarto delito a nivel mundial, después del narcotráfico, el comercio ilegal de armas y la trata de personas. En Colombia este delito tiene penas de hasta 12 años de prisión y multas de hasta 40.000 salarios mínimos, pero, a pesar de esto, hay ejemplos que demuestran los yugos de una sociedad parcial que no toma decisiones objetivas, que no logra ver el error que representa el hecho de que en el parque central de un municipio al noroccidente de Bogotá, hace veinte años, habitan once perezosos de dos dedos, estando al alcance de locales y turistas. Once ejemplares que, en lugar de estar en su hábitat natural (la selva tropical), están rodeados de polución, suciedad, desechos, etc.
La problemática avanza y, en vista de que ni siquiera un evento de magnitud global como la COP16 pudo tomar decisiones claves en contra del tráfico de fauna silvestre, el crimen se adapta, se disfraza entre todas estas iniciativas y campañas de positivismo y unión con la naturaleza que terminan restando importancia a nuestros iguales, concentrando la maquinaria y los recursos en los beneficios económicos de algunas empresas y de los verdaderos animales salvajes: los de cuello blanco.