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¿El fin de la fiesta brava?

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Foto: animanaturalis.org
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Laura Valentina Giraldo

Universidad de Manizales

Mientras haya un toro bravo y un hombre capaz de ponerse delante de él y crear tal grandeza, nadie podrá acabar con esta fiesta.

Enrique Ponce

 

 

Mucho se ha hablado en los últimos días acerca de la prohibición de las corridas de toros. Sin embargo, es necesario que se diga algo más, porque la tauromaquia, según el torero Víctor Barrio, “más que defenderse, debe de enseñarse”. Aparte de la discusión jurídica -cosa que dejo en manos de los senadores-, considero aún más importante hablar del luto que los más de 20.000 taurinos colombianos tendremos que hacer muy pronto.

La base de la fiesta brava en Colombia son los campesinos. Uno de ellos, Uribel Patiño Flores, es el mayoral de la Finca “La Esperanza”, pequeño trozo del cielo en la tierra en cuya extensión inmensa de verdes montañas y bosques frondosos nacen, crecen y se escogen los toros que serán lidiados en el ruedo. Uribel, hombre sonriente e infatigable trabajador, no sabe de leyes, ni de legislatura, ni de procesos políticos, pero conoce como nadie la importancia ecológica del toro de lidia y del campo donde se cría. Entiende de arte, pues la vida del toro, desde su nacimiento hasta su muerte, es arte en estado puro. Porque, ¿qué otro fin tiene el arte sino mover el alma?

Si hablamos de toros y cultura, es inevitable mencionar a Miguel Gutiérrez Botero, quien tiene sobre sus hombros la herencia de la ganadería “Ernesto Gutiérrez”. Después de haber recorrido el mundo, atisbar grandes maravillas, apreciar pinturas y esculturas y conocer la literatura universal, Don Miguel siempre vuelve a su campo, a sus toros, a su plaza, pues no hay nada en este planeta que mueva tanto las fibras del corazón como el misterio que envuelve a la tauromaquia. 

Las embestidas del toro de lidia se presentan a sus pocas horas de nacer. Es necesario que el toro esté alejado de miradas curiosas, pues son pocas las personas que saben que el animal reacciona al movimiento y no al color. Los colores rosa, rojo y amarillo en la capota o la muleta, entonces, responden a un simple gusto estético. Sin embargo, son estos los elementos que, en el baile de la muerte, salvan la vida del hombre que está absolutamente loco, o cruelmente cuerdo. No conozco muchas personas con la valentía de enfrentarse a un animal de 500 kilos con solo un capote y una muleta. Sí, en el toreo está presente la muerte, pero como aliada, según cuenta Fernando Savater: “la muerte hace de comparsa para que la vida se afirme”. 

Para entender a profundidad la tauromaquia hay que conocer de ecología, de genética, de historia, de pintura, de costura, de colorimetría, de arquitectura, de danza y música, de literatura y, sobre todo, de la muerte. No por nada los grandes pensadores de la historia de la humanidad fueron taurinos. Tengo muchos amigos que entrenan para ser toreros, que sueñan con abrir la puerta grande de nuestra Plaza de Toros de Manizales, que han estudiado al toro de lidia, que saben perfectamente el pasodoble que quieren que toque la orquesta sinfónica en su faena, que conocen a la perfección cuáles lances y quites quieren realizar, qué ganadería van a lidiar, cómo será el traje de luces que van a portar, cuántas orejas van a cortar. La tauromaquia no es el arte que solo se siente y se ve, sino que se vive. El toreo es un estilo de vida, una filosofía que, aun después de tantos años, me sorprende por su composición. Para ser torero hay que tener carácter, coraje, sensibilidad, valentía y caballerosidad. Decía Hemingway que “nadie vive jamás la vida en toda su intensidad, excepto los toreros”. 

Un pasodoble le da vida al alma, un traje de luces te expande la mirada, un buen toro te sacude la vida. Poder disfrutar de todo esto en una tarde, al mismo tiempo, con buenos amigos en el tendido, con el cielo pintándose de la única manera que se pinta en la fábrica de atardeceres de Neruda, viendo a un gran torero en un trance íntimo junto con el toro, bailando, no solo al ritmo del pasodoble, sino de la vida, no tiene precio. Y lo que no tiene precio no puede prohibirse, porque el arte no se censura, y no he conocido arte más completo que la tauromaquia.

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