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En la morgue
Autopsia de la democracia

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Foto: IA
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Juliana Serrano Martínez

Universidad Externado

La organización social necesita condiciones mínimas para funcionar.

 

Ni naciendo de nuevo podríamos resignificar la cultura que media entre las políticas empolvadas que fingen una participación ciudadana y las realidades políticas que encarnan una ciudadanía herida por un Estado de fantasía.

Cada alvéolo colmó de cemento los pulmones. Desde las paredes del miocardio se limitó la protección del corazón. Entre sus venas circularon agujas y entre sus arterias se oxigenó un glóbulo parecido al dolor. El intercambio gaseoso se redujo a un engrudo de aromas tan propios de la deconstrucción. A la morocha se le atornilló la sien con un taladro. Le lijaron el esqueleto axial con mentiras características de la montaña. “Luchar por la causa”. Se tentó con el ideal de recuperar un pueblo extraviado entre tanta ley desigual. 

Sus ojos se salieron casi en instantáneo y la retina se le estripó con esos exprimidores de limones que estrujan la fruta y que sale el jugo, como le salieron lágrimas a esos ojitos. Al principio las lágrimas eran translúcidas, saladas. Pero con más fuerza se exprimió y salió una tinta roja con olor a óxido férrico. Con una hoja de navaja bien afilada, marcada Violencia, sus dedos se amputaron en un corte de mariposa que fileteó con paciencia el tacto humano y un poco su ética. 

Los pies se fritaron en un aceite prensado en frío de lástima y olvido. La olla estaba tan caliente que la morocha intentó escabullirse, pero no pudo. La quiso enredar un páncreas que sabe metabolizar muy bien el ardor de la patria. Sus labios, carbonizados, se achicharraron al ver que ninguna jurisdicción sería suficiente para devolver el tiempo, y se condimentaron con amargura y la firmó un testaferro del aprecio. Medicina ‘Ilegal’ sostuvo que no fue suicidio, pero tampoco magnicidio. Asesinato de algo inerte…¿se puede? 

Ella dejó el mundo humano hace tiempo, desde que su lengua aprendió a desprenderse de su tierra. Apenas madrugó en su delirio, no fue para sembrar, sino para follar. Hubo encuentros necrofílicos con la burocracia, que llenaron su poca alma de artificios miedosos. Secuencias legítimas para demorar el metabolismo de nuestras quejas y problemas.

La tiranía, al ver que su anti-hermana se nos iba, le trató de dar respiración boca a boca, pero el aparato respiratorio había colapsado por completo. La saliva del occiso en cuestión, ya perturbada por una presunta intoxicación de mercurio y tungsteno, aprendió a pedir permisos para pasar al esófago podrido, y así la democracia murió en el sistema.

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