"Colombia es un país inmoral"
Fotos: María José Casas
Santiago Orozco Uribe
Universidad de los Andes
Juan Pablo Calvás es comunicador social de la Universidad Javeriana, con una maestría en Estudios de las Américas de la Universidad de Rennes, Francia. Trabajó como reportero en las emisoras Javeriana Estéreo, Radio Santa Fe, Todelar y fue director de noticias de Radio Nacional de Colombia. Además, ha sido columnista de los diarios El Tiempo y El País de España. Hasta hace unos días fue el editor general de la W Radio y director del programa “Sigue la W”. Ahora reemplaza, desde España, a Rafael Manzano como analista internacional de la emisora. En su apartamento de Chapinero nos recibe una mañana al son de la música que se desprende de las tornamesas -una de sus más sinceras pasiones- y nos habla de ese oficio lleno de sorpresas como lo es el periodismo.
Santiago Orozco Uribe: En su columna de El Espectador, Claudia Morales cita al profesor español Jesús Peréz Zafrilla afirmando que “los políticos, los periodistas y los intelectuales, como figuras públicas, constituyen referentes morales para el conjunto de la ciudadanía”. ¿Cuáles serían los referentes morales que sigue la sociedad colombiana?
Juan Pablo Calvás: A continuación voy a decir algo absolutamente incorrecto: Colombia, en gran medida, es un país inmoral. ¿Inmoral en qué sentido? Inmoral en que las clases más pudientes son incapaces de reconocer las terribles dificultades en las que viven aquellos que no tienen nada, o que tienen muy poco. Es un país inmoral en la medida de que la corrupción está en todo, está por doquier. Aquí, en el Parque de los Hippies, hay un CAI y enfrente está el expendio de drogas más grande de este sector de la capital. Peor aún, enfrente de la casa de la exalcaldesa. No pasa nada, porque todo está permeado por la corrupción. Anoche, en una comida en la que estaba, los asistentes contaban felices sus aventuras de cómo sobornaban a los policías y yo decía: ¿qué es esto tan repugnante? Es un país inmoral porque son muchos los cristianos y católicos que no son capaces de aplicar los preceptos que supuestamente predicó Jesús, los cuales se resumen en no hacer daño al otro. Aquí somos felices dañando al otro. Es un país que hace mucho tiempo no tiene referentes morales y eso es como una brújula que tiene dañado el imán, entonces, no va a haber un norte.
SOU: En su libro, “Nos pintaron pajaritos en el aire”, usted afirma que lo que hace más feliz a los colombianos, ilusionados por las promesas de los políticos, es la esperanza. ¿No cree que el deber de todo periodista es contrarrestar esa esperanza?
JPC: No sé si contrarrestar la esperanza, pero por lo menos ser capaces de poner en una balanza todos los elementos. Porque este oficio no es para destruir esperanza, es para aterrizar realidades. Si usted mira la historia de la política en Colombia de los últimos veinte, treinta, cuarenta años, es una constante promesa de algo que se va a hacer, de algo que se va a cumplir y finalmente de algo que no se hizo. Es un ciclo permanente en donde los únicos que se lucran son los políticos, que prometen hacer una carretera, le entregan la carretera a un amigo, se roban un pedazo de la plata, hacen la mitad de la vía y el político que viene promete el resto de la carretera, para entregárselo a un político amigo, para hacer otro pedacito… Por supuesto que esto es una versión bastante caricaturizada de la realidad, pero es eso. ¿Nosotros como periodistas qué podemos hacer? Mostrar eso. No destruir la esperanza, porque finalmente un país sin esperanza es un país sin futuro. Pero lo que sí tenemos que hacer los periodistas es decir: oiga, se están burlando y aprovechando de usted, ojo, tenga cuidado, trate de elegir mejor, trate de ser más cauto, trate de no ser tan inocente.
SOU: En últimas, entonces, ¿el deber del periodista es hallar la verdad donde se encuentre?
JPC: La verdad es una palabra tan pesada, compleja, difícil de atrapar, de asir, porque su verdad no es mi misma verdad, ni la misma verdad del señor vendedor ambulante, ni la misma del señor que conduce un bus. La verdad tiene infinidad de matices. Por ende, uno decir que como periodista va a buscar la verdad es, primero que todo, bastante pretencioso, y, segundo, está lejos de eso. Uno lo que trata de buscar es el equilibrio que permita construir un relato completo, o cuasi completo, de un hecho. Le voy a dar el mejor ejemplo de la flexibilidad de la verdad: cuando descubren a un político robando -y perdón que utilice siempre el ejemplo de los políticos, pero es que me repugnan- él siempre va a decir que es inocente y, peor aún, después de que lo condenen seguirá diciendo que es inocente y dirá que quien lo tiene que juzgar es Dios. Y esa es su verdad.
SOU: Si el compromiso del periodista es buscar el equilibrio, ¿no cree usted que ahora los periodistas ejercen más su profesión como activistas políticos?
JPC: El equilibrio es tratar de conseguir la mayor cantidad de puntos de vista sobre un hecho, sobre un elemento, sobre algo. Ahí es en donde fallan aquellos que se dedican al activismo. El equilibrio es reconocer las voces plurales, reconocer las visiones diversas y con ellas tratar de iluminar. El activista se queda con una perspectiva que es la única que va a ser capaz de aceptar, de ver y de mostrar. Hay colegas que se casan con ideologías políticas y luego, entonces, es muy difícil que puedan abrir su espectro para aceptar que de pronto algo, poco más a un lado o al otro, es válido, viable, posible, incluso mejor. Por eso el periodista es aquel que en lugar de casarse con una idea, prefiere mirar todo y tratar de entender. O mejor que entender, explicar.
SOU: Con lo que me está diciendo, ¿las simpatías políticas del periodista tienen algún peso en el ejercicio de su profesión?
JPC: Se lo pregunta a la persona equivocada, porque hace muchos años llegué a un nivel tal de decepción con el tema político que, sencillamente, ninguno me simpatiza. Ahora, hablando de otros, -y está mal hablar de otros porque uno solo debe responder por uno mismo-, sin duda las simpatías políticas terminan generando inclinaciones que afectan o le dan matices particulares al quehacer de los colegas. Y eso puede ser bueno o puede ser malo.
SOU: ¿Cree que es inevitable? O existe un periodismo totalmente equilibrado, para seguir usando el término.
JPC: Yo creo que es posible no casarse con una visión política. Lo que es inevitable es tomar posición o por lo menos tener un punto de vista al respecto de lo que sea, porque somos humanos. Uno tiene opiniones, o más que opiniones, ideas. Hay quienes consideran que entregar un millón de pesos a personas vulnerables es pagar para que no maten y no delincan. En Europa lo llaman subsidio del desempleo, existe desde hace por lo menos tres décadas y más que decir que es para que la gente no delinca, es para garantizar calidad de vida. Usted escoge cuál es el punto de vista que quiere. El periodista que busca el equilibrio tratará de ver qué tan cierto es lo uno, qué tan cierto es lo otro y lo presenta de tal forma que el que reciba ese contenido pueda decir: tal vez es esto, tal vez es lo otro o tal vez son los dos.
Fotos: María José Casas
SOU: Cuando un periodista maltrata a un entrevistado, no es su caso, lo insulta, lo descalifica, lo ofende, eso indigna al público pero también lo divierte, ¿qué calificación tiene ese tipo de periodismo?
JPC: Para todo en la vida, el único argumento que no vale es el argumento ad hominem. Uno puede descalificar a otra persona con ejemplos, argumentos, con toda las herramientas que la retórica ofrece, pero cuando usted cae en la descalificación del otro, en buscar afectar la imagen del otro para, de esa forma, reducir su argumento a nada, en realidad lo que está haciendo es reducirse a sí mismo como entrevistador. El argumento ad hominem no es válido, ni el insulto, ni el maltrato y mucho menos la descalificación por cualquier motivo que esté alejado de los hechos concretos y puntuales sobre los que se esté hablando. La persona puede ser roja, verde, café, alta, baja, flaca: eso no importa. Y si eso se pone por delante de otras cosas, se debe cuestionar no solamente la calidad del periodista sino también su moral.
SOU: ¿No cree que en esta civilización del espectáculo en la que vivimos ese es el tipo de periodismo que hoy predomina?
JPC: Sí, claro. El teléfono celular es una bendición y una maldición. Es una bendición porque nos conecta con todo. Es curioso: yo creo que nunca en la historia de la fotografía se habían tomado tantas fotos, que luego la gente jamás vuelve a ver. Nunca la gente ha estado tan conectada y, al mismo tiempo, tan desconectada. El teléfono celular trajo la ubicuidad al video. Y hago hincapié en el video, porque el video, libre y abierto, con esa posibilidad muy democrática de que cualquier persona monte un canal, diga lo que se le dé la regalada gana, hable y muestre lo que quiera, se convirtió entonces en el espacio para que activistas, que se dicen periodistas; políticos, que se dicen periodistas; malos periodistas, que se dicen periodistas, hayan encontrado una tribuna sin fronteras para decir cualquier cantidad de cosas que pueden ser desde contrarias a la realidad hasta lesivas para otros, de manera impune, además. Es triste, porque como llegan a las pasiones y no al sustrato real de lo que acontece, terminan siendo más virales, teniendo mayor alcance que el de los contenidos serios y equilibrados, hechos, por lo menos, con una verdadera conciencia del quehacer periodístico y eso se ve reflejado en una sociedad fragmentada que se está alimentando del terrible veneno de la falta de respeto hacia el que piense diferente. Aquí uno puede hablar desde influenciadores hasta, ya lo dije, malos periodistas que se dicen ser grandes periodistas y que prefirieron ese camino porque es más expedito, porque genera más réditos, pero destruye una sociedad.
SOU: Según datos del Ministerio de las TIC, el 99% de la población nacional tiene acceso a la radio, ¿usted que es un hombre de radio, es consciente del poder que maneja frente a sus oyentes?
JPC: Poder, no. Soy consciente de la responsabilidad que tengo frente a mis oyentes. Poder suena a manipular. Eso no está ni en mi espíritu ni en mi ADN. Responsabilidad, sí. Creo que todos los que tenemos la fortuna de estar ante un micrófono, o aquellos que están ante una cámara, deberían entender eso. Esto no es un juego de poder, es un asunto de responsabilidad y hay que obrar de esa forma.
SOU: Según Fidel Cano, “la W es el mayor interlocutor que tiene el poder en Colombia”, ¿no cree usted que el contacto diario con el poder compromete la credibilidad de la emisora?
JPC: Todo lo contrario. ¿Qué interpreta Fidel como “interlocutor”? Se lo voy a ilustrar de la siguiente forma: hasta hace unos años, algunos influenciadores, que se dicen periodistas, decían que ellos representaban el nuevo periodismo. Me acuerdo que en una conversación con uno de ellos le pedí que llamara desde su teléfono celular a un ministro y que, si le contestaba, lo entrevistara. El tipo me dijo que no tenía el número y le respondí que yo sí lo tenía. Eso no significa que sea una relación promiscua en la cual haya una cercanía malsana con el poder. Por eso vuelvo a la palabra “interlocución”. Cuando Fidel señala eso es que efectivamente en la W tenemos una particular capacidad, por el prestigio del medio, por el prestigio de Julio Sánchez, por el trabajo de todos nosotros, de que aquellos que están encumbrados en el poder empresarial y político nos vean a su mismo nivel y, por ende, sientan que deben responder. Entonces la interlocución no es amistad, no es compinchería. Interlocución es: lo miro a la misma altura de los ojos y le hablo como un igual. Y desde la estatura que nos da la emisora, esa interlocución es la que le permite a Julio Sánchez decir: “señor general, renuncie”. O que le permite a uno decirle al señor defensor del pueblo, por ejemplo: señor defensor, usted está mintiendo. Eso es interlocución. Interlocución es tener la capacidad de hablar con alguien, dialogar y cuestionar.
SOU: El hecho de que en una sección diaria del programa, “Al oído con Catalina Suarez”, se editorialice una posición monotemática de oposición al gobierno, ¿no compromete esto la independencia de la W?
JPC: ¿Un columnista de The New York Times compromete editorialmente a la casa en la que escribe? Lo de “Catalina al oído” es una columna de opinión. Si ella quisiera hablar allí, yo que sé, de cocina, podría hacerlo. Si ella quisiera hablar del color de las montañas, podría hacerlo, porque es una opinión de ella. ¿Representa una visión política del país? Seguramente. ¿Hay quienes se sienten agredidos por esa opinión? Sí. ¿Hay quienes se sienten identificados con esa opinión? También. ¿Debe ser por ello censurada? No lo creo, porque es una opinión y en un país democrático las opiniones deben respetarse. En un medio de comunicación como la W, que busca tratar de proyectar una visión integral del país, sin duda una columna de opinión puede resultar incómoda para unos y agradable para otros, mas no compromete la posición editorial de la emisora. Ni yo, ni Julio, ni nadie de la emisora, le dice a ella lo que tiene que decir. Ella dice lo que le da la gana.
SOU: Ustedes han puesto en evidencia grandes escándalos de corrupción, caso Centros Poblados, RTVC, los carro tanques, por decir los más recientes; ¿la fiscalización al poder debe ser un búsqueda diaria?
JPC: Me da en el corazón. Hace muchos años, en los gimnasios Bodytech, en la sala de spinning, hacían veinte días del “Tour de Francia”, entonces en cada sesión se realizaba una etapa del Tour. Más allá de lo simpático que puede ser, el problema de fiscalizar al poder le genera a uno una frustración gigantesca en este país, porque es como hacer el Tour de Francia en una bicicleta de spinning: se pedalea y se pedalea y no se llega a ningún lado. Eso es desgastante. En el caso del programa mío del mediodía hay días en que yo le digo a mis compañeros: que depresión, ¿por qué no pasa nada?
Fotos: María José Casas
SOU: Los tres casos que le mencioné anteriormente desembocaron en la renuncia de los funcionarios involucrados: Karen Abudineen, del Ministerio de las TIC; Olmedo López, de la UNGRD y Nórida Rodríguez, de RTVC. ¿Eso no es un resultado positivo, o por lo menos efectivo, de la fiscalización al poder?
JPC: No, porque es como si uno celebrara que pasara gente por la guillotina. Karen Abudinen salió, pero los setenta mil millones de pesos siguen perdidos. Olmedo López renunció, pero nadie le va a devolver al Estado colombiano -creo yo, tal vez soy ingenuo y nos llevemos una sorpresa- los sobrecostos de los camiones. Pues qué bueno que la gente se haga responsable, pero es que ni eso: renuncian pero siguen diciendo que ellos lo hicieron todo bien y que las denuncias son infundadas. Vuelvo al ejemplo de la guillotina: ¿al descabezar el personaje se acabó el problema? No.
SOU: Se puede decir, entonces, que a rey muerto, rey puesto. ¿Se trata más bien de un problema estructural y no de personas?
JPC: Sí, lo cual nos devuelve a la primera pregunta. Es un sistema que se alimenta a sí mismo de una manera tan perversa, tan oscura, tan nefasta, que no importa qué tan alto se alce la voz para decir que nos están robando, porque mientras empezamos a mirar hacia allá, detrás de nosotros van a empezar a robar. Sin embargo, que haya una reproducción orgiástica de la corrupción y de los hechos que son absolutamente lamentables para nuestro país, no significa que se deba dejar de hacer el trabajo. Hay que hacerlo, por lo mismo que dije antes: nosotros, como periodistas responsables, tenemos la misión de tratar de señalar lo que se está haciendo mal y enseñar que hay una forma correcta de hacer las cosas. A veces no se logra, pero creo que ese debe ser uno de los estandartes de los medios: enseñarle a los ciudadanos qué es lo que no se debe reproducir.
SOU: Me recuerda una frase de Juan Gossaín, que dice que “el periodismo es la flor de un día que se muere al atardecer”, haciendo referencia a la lucha permanente, diaria, que deben ejercer los periodistas.
JPC: Sí, sí, sí, por eso le digo que a veces uno dice: ufff, ¿otra vez esto? ¿Otra vez la misma historia? En la W, por ejemplo, Alberto Casas y Julio Sánchez han creado unas frases que son recurrentes, como “la política es dinámica”. Eso se ve cada cuatro años en aquellos que hoy están en un lado y de repente aparecen en el otro, que cambian de un color a otro color… Ya uno sabe cómo funciona eso, pero hay que volverlo a contar, porque ese es el oficio.
SOU: Es lo mismo que tanto le criticaban a Antonio Caballero, que siempre repetía los mismos temas en sus columnas, y él, en su defensa, decía que en Colombia los problemas son los mismos de siempre, que lo único que cambian son los protagonistas.
JPC: Por aquí tengo un libro que leí cuando estaba en el colegio: la selección de artículos periodísticos de Lucas Caballero, el famoso “Klim”, desde 1973 hasta 1981. Yo ni siquiera había nacido en esa época. Usted lee este libro, con los artículos de hace cincuenta años, y encuentra los mismos líos de la Colombia de hoy: el presidente Turbay que utilizaba el avión presidencial para irse de viaje con su familia, López Michelsen que hizo pavimentar una carretera que llevaba a la finca de sus hijos, en fín, es una historia de nunca acabar. Leí el libro cuando era chiquito y aún hoy para mí Klim sigue siendo un referente muy importante, porque, en primer lugar, se le plantaba al poder con bastante vehemencia, pero además lo hacía con inteligencia y humor y eso es lo que hace un buen periodista. Eso que pasó hace cincuenta años es lo mismo que pasa hoy; otra cosa es que cambien los nombres.
SOU: A propósito de Klim, él tenía una frase muy ingeniosa: “Una de las ventajas de haber nacido colombiano consiste en que el placer de viajar se multiplica por mil”.
JPC: (Se ríe) Me río, pero me duele. A mi me parece sorprendente que seamos capaces de reírnos de nuestra triste realidad en lugar de dolernos. Debería dolernos más, mucho más.
SOU: García Márquez decía que “el periodismo es el mejor oficio del mundo”, y se podría agregar que uno de los más peligrosos. Juan Gossaín en su editorial pidió la renuncia del presidente Uribe y parece que le costó el puesto. ¿El ejercicio del periodismo debe estar por encima de cualquier riesgo personal?
JPC: Si usted está haciendo periodismo porque está haciendo periodismo, sí. ¿Qué es riesgo personal? ¿Dejar de contar algo porque de pronto eso cae mal? Si lo que tiene que contar es suficientemente importante, vale la pena. Yo creo que dentro del quehacer periodístico, así como en muchos oficios, el deber marca el derrotero; el deber se antepone al temor. Uno como periodista lo único que debe tratar de hacer es lo correcto. Si detrás de lo correcto llegan circunstancias que dificultan la vida, hay que tratar de lidiar con ellas, pero hay que seguir el camino. Conozco periodistas que no hacen mayor cosa y piden escoltas y carros blindados, así como hay periodistas que hacen un trabajo juicioso, de denuncia, investigación, y cogen taxi. Yo no sé si mi trabajo periodístico sea bueno, pero yo ando en taxi.
Fotos: María José Casas
SOU: Volviendo a su libro, usted habla sobre las promesas incumplidas de los presidentes: el servicio militar, el diálogo en Buenaventura, la reforma a la salud, el metro de Bogotá, la reforma agraria, entre otras; en este gobierno se están impulsando precisamente estas propuestas, ¿está de acuerdo en que Petro representa la esperanza de la que usted habla?
JPC: Para que una persona represente algo, no basta con las palabras sino con los hechos. Son las acciones las que hablan de una persona, la que sea. Vuelvo al caso de los religiosos, de las personas ultra católicas y de los cristianos: ¿eso que tanto pregonan en la iglesia es algo que están aplicando en su diario vivir? Todos soñamos -bueno, todos no, los señores de los buses no- pero muchos quisiéramos ver trenes funcionando en el país, como ocurre en los países desarrollados; muchos quisiéramos ver una reforma agraria realizada a conciencia para tratar de equilibrar un poco los desequilibrios históricos de Colombia; muchos quisiéramos ver que las clases menos favorecidas encuentren en la educación pública el camino para poder mejorar sus condiciones de vida; es más, voy a decir algo muy atrevido: muchos quisiéramos ver que los hijos de los políticos no estudiaran en colegios privados sino en colegios públicos, porque eso significaría que los colegios públicos son de calidad, en fin, muchos quisiéramos ver muchas cosas, pero entregarle a una persona la esperanza es, primero, desconocer que un país no lo construye una persona sino muchas y, más importante aún, desconocer que todas esas promesas necesitan décadas para volverse realidad. Por ende, una sola persona no puede ser quien sea la abanderada de la esperanza, porque estaríamos cayendo en un escenario absolutamente peligroso para una democracia, como lo es el de creer que un mesías lo va a resolver todo.
SOU: Pero, Juan Pablo, en su libro habla de las promesas incumplidas desde el gobierno de López Michelsen, hace cincuenta años. Si las promesas necesitan décadas para cumplirse, como usted lo dice, ¿por qué, después de medio siglo, no se han logrado cumplir?
JPC: Ahí hay de todo. Existe una palabra que deberíamos usar más para referirnos a la situación del país: desidia. Le voy a dar el mejor ejemplo: desidia es la situación en el Parque Nacional Enrique Olaya Herrera. Desidia es que ese parque esté convertido desde hace meses en el territorio donde se ubicó una comunidad indígena, que salió de sus tierras debido a unas condiciones de seguridad adversas, y que lleva meses, MESES, pidiéndole al gobierno nacional y a la alcaldía local que los ubique en algún lado, pero con dignidad. Estamos en un gobierno que se llena la boca hablando de los indígenas y sus derechos. Los indígenas llevan meses viviendo en cambuches en el Parque Nacional de Bogotá: eso es desidia. Un gobierno que está entregando tierras a granel a campesinos, ¿no puede encontrar una tierra para ubicar a los indígenas? ¿La administración de Bogotá no podría inventar, así sea de la mano de la empresa privada, un espacio en donde se les pueda dar una vivienda digna a estas personas? Si el poder del gobierno nacional y del gobierno de Bogotá, que son los dos poderes políticos más grandes del país, no son capaces de resolver algo que para mí es evidente, o son ineptos o no les importa. Lo segundo es desidia. Si tenemos cincuenta años de atraso es porque no les importa. No les importa la educación pública porque sus hijos estudian en colegios privados. No les importa ni les ha importado la salud en términos generales, más aún en las zonas apartadas, porque tienen medicina prepagada de clínicas espectaculares en las ciudades más importantes. No les importa que Transmilenio sea una miseria porque no montan en Transmilenio. No les importa que las carreteras en Colombia sean repugnantes porque no usan las carreteras. No les importa nada, porque solo ven por sus intereses. Caso Olmedo López. ¿Olmedo López quería resolver el problema del agua en La Guajira? No, no le importa. ¿Quería enriquecerse? Presuntamente. Y un país en donde los que mandan se creen mejores personas que a quienes gobiernan no podrá progresar, porque nunca existirá la sensibilidad necesaria para tender la mano y, sobre todo, mejorar lo que hay que mejorar, que no son los espacios de los más poderosos, sino los espacios de los menos favorecidos. O, más bien, del común de la gente.
SOU: ¿No cree que el exceso de legalismo es un reflejo de esa desidia de la que usted habla? Lo digo porque en el caso de los indígenas, el secretario de Gobierno de Bogotá, Gustavo Quintero, manifestó que la solución definitiva puede ocurrir únicamente cuando se cree un “piso jurídico que dé competencias a la nación y al Distrito”.
JPC: Sí. A mí me preocupa una cosa de Colombia: creo que somos el país per cápita que tiene el mayor número de abogados, porque para todo se necesita un abogado. El gran problema es que hemos convertido el Estado en algo muy lento con ese exceso de legalismo. Es un lío, porque nada se puede resolver de manera expedita. Existen formas, entonces no sé si a veces es falta de ingenio o desidia. ¿Se quiere suicidar después de esto? En la emisora yo vivo diciendo que me quiero morir, cosa que es cierta, pero en el fondo es imposible ser optimista en un país como Colombia. Nos viven vendiendo toneladas de optimismo, pero es que el optimismo no resuelve las cosas.
SOU: ¿Qué camino nos queda? ¿El pesimismo?
JPC: No, tampoco, pero por lo menos el aprender a exigir. El gran problema es que no sabemos exigir porque la cultura de ciudadanía no existe. Los políticos no rinden cuentas ante nadie y, por ende, la probabilidad de que cambie un poco el rumbo es muy compleja. Ahí volvemos al tema fiscalizador de los medios: nosotros tratamos de exigir y lo hacemos abanderados de una ciudadanía que no vemos, como los oyentes, pero lo que tratamos de hacer es en pro de ellos, de la ciudadanía, hasta donde se puede. Por eso es mejor poner música.