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Nicolás Muñoz

Universidad de los Andes

El que Fico Gutierrez haya vedado la práctica lícita de la prostitución en el Parque Lleras, la Calle décima y Provenza, no sólo lo configura como el alcalde montañero del que sospechamos, si es de menos miras que el bobo Troilo, sino que hace de Medellín un terruño de tan arcáica moral como la sudaní, la iraquí, la afgána o la que llevó al Parlamento de Ugánda a repeler la mariquería.

 

Cuando no se sabe a ciencia cierta cuántas putas hay en Medellín es porque las debe haber por montones. Lo que también se intuye es que el putaísmo ya debió de haberse incorporado a ese 7% del PIB nacional que la región tributa, y, como tal, vedarlo temporalmente en un afán de genofobia monjil constituye un error que sólo un prohibicionista de la torpeza de Fico Gutierrez podría cometer.

Para dizque amodorrar la depravación de los gringos boicoteó el negocio de los Airbnb’s, ciñó el horario de las cantinas cual si condujera la Jericó del 1400 a.c. y, lo que es peor, no pensó en cómo resarcir la mella que generará en las miles y miles de mujeres dejadas al amparo de nadie.

Tal vez porque la zorrería no la tenga muy bien aceitada, tampoco se olfateó que quienes manejan los hilos del proxenetismo en Medellín, léase La Raya, La Terraza y Robledo, puedan trasladarse a los tugurios, como en cambio ya sí lo prevé el Sindicato de Trabajadora/es Sexuales de Antioquia, encabezado por esa sagaz transexual que tienen de presidenta. Salvo que el decreto se derogue, lo que ocurrirá será un agravamiento del problema, pero enraizado en catacumbas a las que apenas si llegará el eco de la pedagogía mierdosa con que el alcalde pendejea o da lustre en los pasillos del José María Córdoba.

Esperar sensatez de Fico es pedirle peras al olmo.

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