Promesas gaseosas
Foto: WaterAid
Juliana Serrano
Universidad Externado
Su abuela hubiese muerto como la mía, sin conocer el agua potable. Usted solo me entendería si hubiese sentido sed. Tendría la fe de que algún ser humano con plata y corazón abriese un hueco en la tierra más cerca de la casa. Pero seguiría pensándolo. Mientras tanto, se levantaría muy a las 6:00 de la mañana a echar suerte. Se pegaría el viaje de caminar kilómetros por llenar unos baldes, vacíos de ida, medio tristes de vuelta.
Hasta que el líder comunal le dijera una tarde “en tres días llegarán carrotanques para que no volteen más”, y se quedaría esperando tanto usted como el resto, a que arrimaran mega tractores llenos de esperanza. Y esperando, la sed le quemaría las entrañas, los labios serían igual de secos que la arena, el calor le bailaría con arritmia entre la cabeza. Olería entonces a mentiras en potencia, tendría que estar de buenas para que una cámara le viese y le dijera "por allá hay parqueados como cuatro carros gigantes, unos se quedaron enterrados, otros ni siquiera tienen licencia y si viera, costaron un millonal”.
Usted no quemaría tiempo quejándose, ni denunciando, ni le alcanzarían las ganas para pronunciarse. Tendría tan plastificada la garganta que se tomaría hasta los orines de un chivo. Casi por inercia iría a buscar de nuevo agua, con la diferencia de que el pozo quedaría cerca del pueblo, mucho más cerca que los dichosos carro tanques que mandó el gobierno.