Trump ganó, pero la democracia perdió
David Novoa Orjuela
Fundación Universitaria Los Libertadores
Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca queda claro que la democracia estadounidense está en peligro. La democracia estadounidense se encuentra en una encrucijada histórica que trasciende la simple confrontación entre partidos. El resurgimiento de Donald Trump en la escena política no solo representa una amenaza para las instituciones democráticas, sino que simboliza la culminación de un deterioro sistemático en la calidad del discurso político y en los valores fundamentales que deberían guiar a una sociedad moderna, especialmente si esa sociedad se presenta como la supuesta “mayor democracia del mundo”.
Trump encarna todo lo que está mal en la política: la prepotencia elevada a virtud, el machismo como marca personal, la grosería como estilo de comunicación y el desprecio por las instituciones democráticas. Ya lo dijo George C. Lichtenberg: “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”. El comportamiento del ahora electo mandatario estadounidense no solo degrada el cargo que una vez ocupó y volverá a ocupar, sino que normaliza conductas que anteriormente habrían sido impensables en una esfera política seria.
Sin embargo, sería ingenuo pensar que el problema se limita exclusivamente a Trump. Tanto demócratas como republicanos han perpetuado un ciclo interminable de confrontación y han mantenido políticas belicistas que benefician a sus intereses. La única diferencia radica en las formas, no en el fondo. La obsesión bipartidista por contener, parar y dar por finalizado el avance de Rusia y China continuará, independientemente de quién ocupe la Casa Blanca.
La geopolítica global se verá profundamente alterada con el posible retorno de Trump. Su visión transaccional de las relaciones internacionales amenaza con romper alianzas históricas y cambiar los equilibrios regionales. Para América Latina, y específicamente para países como el nuestro, las consecuencias pueden ser serias. Las políticas arancelarias proteccionistas de Trump tienen el potencial de impactar fuertemente las economías de la región al crear nuevas barreras comerciales que obstaculicen el desarrollo económico de áreas que necesitan de la tercera mayor potencia para poder crecer.
La situación de Colombia es particularmente preocupante, ya que podría perder su papel como “aliado estratégico” de Estados Unidos. No me refiero a temas como seguridad, economía o la creación de lazos comerciales, sino a la posibilidad de seguir siendo la marioneta que, en teoría, ayuda a enfrentar los problemas directos de Estados Unidos, como el narcotráfico. Aunque, en realidad, ni siquiera somos “amigos” en ese asunto. Como señaló Michael Shifter, exdirector del Diálogo Interamericano, la lucha contra el narcotráfico en Colombia ha dejado de ser una prioridad para Trump. El desinterés hacia el país, y más concretamente hacia su mandatario, Gustavo Petro, refleja que, tristemente, seguiremos subordinados a los caprichos geopolíticos de la administración de Trump o de cualquier otro que ocupe la Casa Blanca.
Además, la alianza de Trump con magnates tecnológicos como Elon Musk genera inquietud. Esta convergencia de poder político y económico podría llevar a una concentración sin precedentes de influencia en manos de unos pocos, lo que amenazaría aún más los principios democráticos y dejaría la redistribución de la riqueza en manos de los mismos.
Es importante desmentir ciertos mitos económicos: el ascenso de Trump no determina directamente el valor del dólar. El precio del dólar en cada país está determinado por la cantidad de dólares en circulación en esa economía, no por las declaraciones o victorias electorales de un candidato.
Como sociedad parece que hemos perdido el rumbo. En nuestra desesperación por encontrar soluciones a problemas complejos corremos el riesgo de elegir lo que se presenta como una cura, pero que, en realidad, es la enfermedad misma. Trump no es la solución a los males de la democracia estadounidense; es su síntoma más grave.
La política del espectáculo ha reemplazado el debate serio sobre políticas públicas y, como dijo el presidente del Instituto de Ciencias del Estado y la Sociedad de Argentina, José Emilio Graglia, la demagogia y el secretismo han sustituido a la razón. En este contexto, las palabras del periodista Diego Garrocho para ABC resuenan como una verdad inquietante: "La bala iba para Trump, pero acabó con Biden". Esta frase captura perfectamente que, en el intento por detener a Trump, en realidad terminaron sentenciando a Biden.